Resulta curioso cómo se puede admirar e incluso querer a una persona a
la que apenas has conocido.
Siempre tuve una especial predilección por mi tío Antonio, Antonín para
todos.
Escuchaba cosas bonitas de él: que era muy cariñoso, excelente persona,
inteligente, estudioso. Era hermano de mi padre. Fueron cinco hermanos y se
quedaron huérfanos de madre siendo todavía muy niños. Mi padre era el mayor y
siempre se preocupó mucho por ellos.
En casa, se recibían con alegría las cartas del tío Antonín.Su letra era
linda y redondita. En una de ellas, me envió una estampa con una dedicatoria. A
pesar de todo el tiempo transcurrido, la conservo como un tesoro y forma parte
de mis mejores recuerdos.
Pasaba temporadas en nuestra casa,en La Coruña, pero al ser yo muy pequeña,
no puedo recordarlo.
A pesar de las dificultades, estudió y se convirtió en una persona
instruída. Encontró un trabajo y se casó con una mujer de grandes cualidades.
Un día, llegó a casa un telegrama inesperado. Entonces, aprecié una gran
perturbación y, a pesar de ser muy niña, nunca olvidaré los ojos llorosos de mi
padre, que salió precipitadamente hacia Asturias.
El tío Antonín había fallecido. Tenía 27 años.Me quedé con el anhelo de verlo, de hablar con él, de contarle un montón de cosas...
Desde hace tiempo, tenía el deseo de nombrarlo en este, mi pequeño espacio. Hoy, ya cercana la Navidad, me ha parecido un buen día parahacerlo.