Me viene el recuerdo de cuando, siendo niña y viviendo todavía en La
Coruña, mi bisabuela nos trajo de Asturias, a mis primos y a mí, una gallinita.
Estábamos encantados con el regalo. Yo la llamé " KIKA" . Siempre
venía detrás de mí y me encariñe mucho con ella.
El día que murió, lloré sin consuelo.
Ya estando en Madrid, inesperadamente, apareció en la terraza de casa un
precioso periquito.Mi padres supusieron que podía pertenecer al vecino de piso
de abajo ya que tenía varios pajarillos. Pero su respuesta fue negativa.Por más
indagaciones que se hicieron, no apareció el dueño. Yo no quería quedarme sin
él. Me encantaba el lindo color verde de sus plumitas y me daba pena que le
pudiese pasar algo. Así que " PERIQUITÍN" pasó a formar parte de
nuestro hogar. Era muy mimoso y, en cuanto llegabas a casa, se ponía a hacer
ruiditos hasta que le hacías alguna carantoña. Muchas veces, lo dejábamos un
ratito en libertad por la casa, sobre todo para complacer a mi primo Raúl que
se hizo muy amigo de él.
Vivió a nuestro lado durante catorce años y, cuando dejó de existir,
notamos un gran vacio. También lloré por él.
Quiso la casualidad que, pasados unos años, nos encontramos otra
sorpresa en la terraza. Esta vez fue un canario. Amarillo y lindo. Nuevamente,
a realizar pesquisas para encontrar a su dueño, pero ,al igual que la vez anterior,
resultaron infructuosas. Quisimos
protegerlo, así que le ofrecimos nuestra casa para cuidarlo y alimentarlo.
Creo que la libertad es muy importante pero,en ambos casos, estoy segura
de que vivieron felices a nuestro lado, con nuestros mimos y atenciones.
La vida del canario fue más corta. Y otra vez a
llorar.